sábado, 22 de noviembre de 2008

Hoy no salgo

Era una noche de noviembre.

De hecho lo está siendo en este momento en el que escribo. Pero será pasado al leerlo, por un lado; por otro, como lo voy a contar como si fuera una historia de la que no formo parte del todo, resulta adecuado. Sigo.

No una noche cualquiera: un sábado por la noche, y aquí empieza lo asombroso de esta historia. Porque Rubén se encontraba en casa, frente a la pantalla de su portátil, escribiendo.

Hablar de uno mismo en tercera persona tiene un punto de demencial. No se trata de un recurso retórico al azar, de hecho me he sentido bastante excéntrico últimamente. Aunque no oigo voces ni veo cosas que no están, eso me tranquiliza.

Durante no sabía cuánto tiempo, un tiempo que debería contarse en años, había salido cada sábado a emborracharse y buscar sexo ocasional como todo hijo de buen vecino; con más o menos éxito en lo segundo, pero una certeza aplastante en lo primero. Lo suficiente como para que, al menos en ese punto, fuera un poco prematuro pensar en un cambio. Ese pensamiento le condujo irremisiblemente a la nevera en busca del mejor remedio para la resaca que aún arrastraba de la noche anterior.

Voy a por esa lata de cerveza tamaño campeón. Ya está.

Burgen Pils. Cerveza alemana de calidad... aceptable. Rubén la miró con una sonrisa antes de dar el primer trago. Eso lo haría pensar con claridad. O, al menos, eliminar cualquier tipo de reticencia ante lo que se disponía a escribir. Aunque lo cierto es que no lo tenía demasiado claro. Eso no debía ser un problema: la sensación predominante era no tener nada demasiado claro.

Glup, glup. Un pitillo para aderezar.

Treinta años, los treinta y uno cada vez más cerca. Por supuesto que acostumbraba a tranquilizarse, diciéndose a sí mismo que sólo es un número. Una obviedad que no consigue borrar ni el camino recorrido ni la certeza que cada vez queda menos por recorrer. La urgencia no es una buena consejera, siempre es mejor ser paciente; pero había llegado el momento de empezar a hacer aquellas cosas que, de no hacerse entonces, tal vez nunca se llegarían a hacer.

Cerveza fresquita, joder, ¡qué buena está!

Un cambio, de eso se trataba. De hecho el cambio se había estado produciendo. Al mirar en su pasado se veía como un gusano. Pero los últimos acontecimientos le habían hecho encerrarse en un capullo -y ser, también, un capullo-. Tal vez era el momento de abandonar ese capullo para convertirse en otra cosa, lo que fuera. Cualquier cosa sería mejor.

Eso ha tenido gracia. Glup, glup. "Tal vez", maldita inseguridad. Así no se llega a ningún lado. Mierda, he perdido la conexión...

Las cosas se hacen haciéndolas, sencillamente. El misterio de la voluntad radica en ese aforismo que parece no decir gran cosa. Durante años se lo había estado repitiendo. Sin embargo, los cambios en su vida le parecían mínimos. Seguía haciendo las mismas cosas, trabajando en el mismo lugar, viviendo el mismo presente sin fin una y otra vez. Todo lo que escribía últimamente no hacía más que hacer hincapié en esa misma idea que le atormentaba. Hurgar en el pasado no hacía más que reforzar esa misma sensación, puesto que le hacía darse cuenta que siempre había sido igual desde la adolescencia. Sólo la infancia albergaba el misterio del paraíso perdido, cuando el tormento del amor aún era un desconocido. Desde entonces todo parecía haber ido rematadamente mal, hasta conducirle hasta aquella pantalla en blanco ante la que se sentía, por suerte, cada vez menos impotente.

Sin embargo, todo seguía resultando confuso. Todo, excepto esa necesidad de cambiar. La palabra "madurar" le parecía demasiado contaminada de connotaciones deterministas: implicaba cambiar en un sentido concreto, de una forma preestablecida. Y él quería madurar, sí; pero en el sentido que le diera la gana.

Glup, glup, glup.

"¿Qué quiero ser de mayor?". Escritor. Hacía poco que había recordado que eso es lo que había querido ser, cuando el fantasma de la pragmática laboral aún era el extraño que luego le hiciera "querer" ser psicólogo. De hecho era la forma de aunar las posibilidades profesionales con la típica inquietud adolescente respecto a uno mismo. Buscaba respuestas, autoconocimiento. Y sólo obtuvo más preguntas y una creciente confusión que con el tiempo le hizo caminar a ciegas al borde del abismo de la locura. Cierto que las drogas tuvieron mucho que ver, aunque le había hecho falta bastante tiempo para reconocerlo. Si habría sido el mismo sin aquél primer viaje de LSD, nunca lo sabría. Lo más seguro es que no... pero eso habría sido otra historia.

Cada uno de nosotros es el resultado de un proceso histórico único. El fruto de todo lo vivido anteriormente. Eso no sólo no puede cambiarse, sino que debería ser asumido con orgullo. "Éste es quien soy, el producto de un frágil equilibrio cósmico", se decía. Y no seré yo quien se lo niegue. Pero esa noche de sábado, como las noches anteriores de insomnio, no era el pasado lo que le preocupaba, sino el futuro. Mantener ese orgullo le iba a resultar difícil si no se hacía, desde ese mismo momento, responsable de todo aquello ante lo que, sin duda, debería dar cuentas a sí mismo en el futuro. "Si no lo hago bien ahora, mi yo del futuro no me lo perdonará", se dijo.

Glup.

Una vez, un amigo le había dicho algo que todavía recordaba como unas de las palabras más sabias que había oído: "si haces las mismas cosas, no cambias". De eso se trataba, de hacer otras cosas. Era tan evidente... pero ¿qué cosas? Y ¿de dónde debería provenir esa fuerza misteriosa que le permitiera salir y seguir adelante más allá de todo aquello que se veía empujado a hacer por la inercia una y otra vez? Cada una de ellas debía, además, ser contemplada y analizada por separado.

Vaya, el último cigarrillo...

La pantalla blanca empezaba a cansarle, también la posición de la espalda. El vidrio de la puerta del balcón le devolvía su propia imagen, borrosa. Como había hecho otras veces, decidió salir al balcón a fumarse el último cigarrillo, como si el frío y la tranquilidad de la noche pudieran ayudarle a verlo todo con más claridad.

Vamos allá...

Espera... glup, glup. ¡Ja, ja, ja!

La noche en el exterior era tranquila y fría, muy, muy fría. Antes que las estrellas pudieran darle la clave de por qué ese tenía que ser su último cigarrillo, el instinto de conservación le empujó hacia adentro, cerrando la puerta tras de sí cuando el campanario tocaba las cuatro.

Y resfriado, si es que...

Pero sí que le había ayudado a verlo todo algo más claro, al menos una cosa.

La cerveza da ganas de mear. Urgentemente.

No, no era eso. Lo evidente es que no conseguiría nada si seguía allí encerrado, delante de la pantalla dándole vueltas y más vueltas a lo mismo. Algo que de hecho ya tenía claro desde el principio. Eso sólo le serviría para inaugurar la cuenta de blogspot que se había hecho por la tarde. No tenía nada claro, y la cerveza no había hecho más que enturbiarle el pensamiento y darle sueño.

Así que se fue a dormir, y a la mañana siguiente...

¿... todo empezó?

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