lunes, 24 de noviembre de 2008

1001 palabras

Al entrar en el local lo dejas todo atrás. Da igual qué haya pasado durante la semana, el estrés del trabajo, las horas que pasaban por tu lado sin que te dieras cuenta hasta que se te ocurrió mirar el reloj de nuevo, las noches de insomnio, los días que se siguen. La discoteca –la misma discoteca- es un paréntesis, un mundo aparte. Como el rincón onírico tras la cortina roja en Twin Peaks.
Todo está planeado, no hay que pensar demasiado. Apoyas los codos en la barra. Los separas un momento: alguien ha derramado algún tipo de licor adulterado. Tus brazos están bañados en algo viscoso, pero no importa. Tu atención en ese momento se concentra en una de las pocas decisiones que vas a tomar en lo que queda de noche: ¿cerveza o cubata? Al final todo es lo mismo. Cómo lo odio. Y cuánto lo necesito. Dadme otra dosis de olvido, que quiero repetir.
El globo va subiendo en la medida en que vas soltando lastre. Primero cae… ¿qué cae primero? ¿La dignidad? ¿La vergüenza? ¿El criterio? Si todo va bien, al cabo de unas pocas copas de habrás convertido en aquello que necesitabas ser –sí, al menos esta noche-, en un ser amoral, un cazador despiadado y despreocupado por las consecuencias de tus acciones. Un ideal que rara vez se cumple.
Normalmente te quedas a medio camino. La náusea, la depresión o la inconsciencia están un paso antes. Esa chica es preciosa en este momento, pero aún temes las consecuencias y no te atreves a hablar con ella. De todas formas sólo conseguirías aumentar su ego lo suficiente para que se atreva a intentarlo con alguien, para ella, mejor que tú. Con un poco de mala suerte abusará de su poder haciéndote sentir como un borracho gilipollas. No sería la primera vez y, después de todo - ¿para qué engañarte?- al menos ahora es exactamente lo que eres. No te esfuerces por ocultarlo: busca a quien no le importe.
Te comerías un entrecot. Pero un frankfurt también sirve. Tu cuerpo se proyecta hacia adelante empujado por una fuerza misteriosa. Recorres los rincones del mercado de la carne esperando encontrar algo. Da igual lo que busques, encontrarás cualquier otra cosa. Con un poco de suerte, un billete en el suelo o un paquete de tabaco olvidado, frágil consuelo de una noche infructuosa.
Hubo otras noches. Hubo pequeños momentos de gloria, la bendición de unos labios que no buscabas y besaste por primera y última vez. Incluso, alguna vez –seguro que sí-, fuiste feliz por un momento una de esas noches, en medio del viejo conocido torbellino de música, gente, penumbra y humo. Pero no esta noche, amigo mío, y lo sabes. Lo sabes mucho antes de acabar apoyado en un rincón, solo. Despierto, demasiado despierto. Suena una canción. Por primera vez desde que entraste, la sonrisa sale de dentro, porque la música hace olvidar el olvido mismo. Sin música, el mundo sería un lugar demasiado extraño, demasiado inhóspito para ti. Pero la canción se acaba, y las luces se encienden.
Caras pálidas, cadáveres danzantes, expresiones dantescas. La penumbra había conservado en tu ilusión un encanto que la luz hace insostenible, y ahora estás aún más despierto. Sonríes, desde dentro de nuevo, pero con una cierta e implacable tristeza y abierta compasión. Al menos tú eres consciente del absurdo del baile de máscaras. Necesitas creer que ser consciente te hace mejor que aquellos a quienes su supuesta inconsciencia protege de esa tristeza con la que te diriges, una noche de fiebre más, hacia el exterior.
Sin embargo… ¡cuánto cuesta aprender! Y aún queda el último saco de lastre, un último cartucho de esperanza.
Vagas en el exterior en busca de alguna cara conocida, o alguna por conocer. En la parada de bocadillos, al final, pagas los cuatro eurazos que te has encontrado por el suelo para comerte, finalmente, ese frankfurt. Saboréalo, es lo único que te vas a comer esta noche. Otra noche… ya veremos.
Con los pies en el suelo, con tus sacos cargados de dignidad, vuelves a casa al volante de tu coche. Cantas. Intentas consolarte. Pero la noche toca a su fin, los primeros rayos del alba chocan contra tus ojos, acostumbrados a la oscuridad. Y vuelves hacia tu cama vacía, hacia tu vida vacía, tan solo como cuando llegaste. Gritas. Nadie puede oírte, por eso gritas.
La noche, trampa para ilusos, reclamo para desesperados. No siempre fue así, lo sabes, y debe ser por eso que vuelves, una y otra vez, arrastrado por la esperanza de encontrar allí algo que de hecho nunca encontraste. Pero el deseo de encontrarlo es tan fuerte que parece real como un recuerdo, puedes sentirlo, tocarlo. Soñarlo en tu cama vacía, en tu vida vacía de resaca sin fin, acariciado por la nostalgia de un momento que en realidad nunca sucedió.
Y has pasado ya tantos años embriagado por la fiebre de la esperanza… Dicen que es lo último que se pierde. Siempre pensaste que, si eso es cierto, lo necesario es abandonarla. Así ya no tendrás nada que perder. Despojado del último lastre andarás ligero, libre –libre, al fin-.
Pero es difícil, si no imposible. El deseo ruge en el interior. Basta una sonrisa, una palabra amable, para despertarlo y encender la ilusión de nuevo. Bastante menos que un desencuentro, sólo la sospecha de no ser lo suficientemente bueno o digno de merecer la bendición de la suerte por una vez, para apagarla. Y la desilusión te vuelve a hacer sentir el peso del amor que yace muerto entre tus brazos.
El amor… al final todo se reduce a eso. Todo lo demás carece de importancia en comparación. Eres demasiado consciente de ello. De eso, y de que las noches de fin de semana sólo pueden ayudarte a olvidarlo… y la mayoría de veces, ni eso.
Duerme y sueña, amigo mío, que mañana será otro día. Duerme tranquilo en tu cama vacía, que seguirá vacía al despertar.

5 comentarios:

Menlove Avenue dijo...

Tremendo.

Juro que he intentado contar todas las palabras para ver si realmente hay 1001, pero siempre acabo perdiendo la cuenta... :)

Había empezado a escribirte un rollazo acerca de la necesidad de esa vida paralela que suponen las noches de juerga y blablabla, pero me gustaría, antes de nada, saber qué entiendes exactamente por amor. ¿Cómo casas el amor con esa voluntad de la que hablabas en la entrada anterior de vivir y madurar como te dé la gana lejos de los parámetros sociales establecidos? Etcétera. Parece sencillo pero nadie se pone de acuerdo nunca...

¡Buah! ¡Este tema me apasiona! Siento que mi primer comentario sea ya para hacer una petición pero ¿Te animas a escribir más sobre ello?

PD.: Verificación de la palabra: consp... ¡Qué miedo, nen!

Quimérico inquilino dijo...

Pues son 1001, te lo aseguro! Jajaja, de hecho vi el número que llevaba cuando estaba todo escrito y se acercaba mucho, sólo tuve que quitar de aquí y añadir de allá.

Mmmm, la verdad es que es un gran tema, sí.

Y respecto a las preguntas... no son fáciles de contestar.

De entrada, tras el texto has de ver estados emocionales. Están escritos en momentos diferentes y desde diferentes estados.

Eso, en parte, explica ciertas incoherencias. Pero no todo.

Algo curioso me sucede al relacionar sentimientos con palabras al escribir. Me gusta escribir, me gusta que suene bien lo que escribo. Y ese sonar bien para mí consiste, muchas veces, en tratar de transmitir el sentimiento del que proceden; eso me afecta a mí más que a cualquier otro.

Las palabras alimentan el sentimiento y éste a las palabras en un bucle, ambos se retroalimentan.

Esto... me provoca un cierto alejamiento del referente inicial, del detonante; y llega un momento en que son sólo palabras, alguna imagen... lo que alimenta el sentimiento. Aunque lo que siento es tan real como la adrenalina que pulula en mis venas.

Entonces, para empezar, no se trata tánto de decir el "amor" como un concepto razonado, sino de decir "el amor yacía muerto en mis brazos". Hubo un momento, hace mucho tiempo, en que lo que sentía trajo esas palabras a mi cabeza. Y suenan tan bien, son tan tristes, tan desesperadas... Y a través de la emoción me hacen revivir aquel momento que se perdió, y de tan triste me siento vivo, y todo tiene por un momento un sentido, trágico, pero un sentido al fin y al cabo.

Aplicando esto a lo que yo llamo amor, tenemos que es algo que me sucede, intenso e intensificado por mis expectativas, alimentado por una historia que le da sentido y que gira alrededor de alguien a quien de hecho suelo conocer poco o menos, con quien no he tenido relación alguna de tipo sentimental más que en mis propias expectativas.

Cuando hablo de amor en el texto, es de esto de lo que hablo. Algo que siento, que no puedo evitar y que sólo tiene que ver conmigo mismo -porque me basto para provocarlo, y aunque no me pase con cualquiera y con sólo una mujer cada vez, en el fondo la chica sólo es un pretexto cada vez-. Algo, por tanto, condenado al fracaso.

Ese "amor" tiene dos caras: la alegría, la esperanza y la posibilidad de consumar el deseo son tan intensas como la decepción, rabia y desesperanza posteriores. Cambiando las palabras, continuando la historia en otro sentido, el sentimiento cambia a su vez, con la misma facilidad. Y más allá, sin palabras deviene el olvido, la extinción.

El olvido permite que todo vuelva a empezar. Una y otra vez, distintas personas me hacen sentir lo mismo de nuevo. Lo quiero, y lo temo. Ahí es donde entra la voluntad.

Si todo se repite de forma que tenga que acabar de la misma manera es porque yo hago lo mismo, cometo los mismos errores. Me veo arrastardo por fuerzas que parecen escapar a mi control. Como el tabaco, el miedo a dar el salto al vacío amparado en la comodidad de un trabajo que siempre está ahí, mis propias emociones,...

Si haces las mismas cosas, no cambias; si no cambias, sigues haciendo lo mismo. La voluntad es la herramienta para salir del círculo vicioso. Pero esto, una vez más, sólo son palabras. ¿Qué es la voluntad exactamente? Un concepto filosófico, nada demasiado tangible... y en lo que escribo, un mito según el cual un día, de alguna manera, despertaré a la posibilidad de elegir un camino que no conduzca de nuevo al mismo lugar.

La voluntad es necesaria para la maduración, para el cambio, por todo lo que he dicho. Y ese cambio ha de ser en un sentido aún por definir.

¿Qué debería ser el amor? Deben pasarme cosas que no me han pasado para que lo llegue a saber, o para entender que tal vez nunca haya nada más puro -en el sentido en que lo pueda ser la heroína- que lo que he llamado amor hasta ahora. Me he enamorado muchas veces, pero he tenido la ocasión de querer más bien pocas, y no lo hice demasiado bien. Querer a alguien es algo más que un sentimiento intenso. Una relación debe sustentarse en mucho más.

Ayer vi otra vez "El club de la lucha", y se me quedó grabada una frase muy adecuada: "soy un niño de treinta años, no puedo casarme".

En fin, vaya si me he animado... No creo que haya nada sobre lo que haya escrito más. Después de todo esto creo que te quedará más claro de qué va "El domingo es un desierto".

Y ¿qué es eso de consp...? ¿Por qué da miedo?

Baby Cat Face dijo...

Muy interesante. :)

Sí, me queda mucho más claro y entiendo perfectamente lo de relacionar sentimientos con palabras, a mí me ocurre lo mismo, me gusta que suene bien lo que escribo, hasta que llega un punto en que no sé exactamente cuándo es el sentimiento el que moldea las palabras o cuándo son las palabras quienes te llevan al sentimiento...

En cuanto al amor estamos bastante de acuerdo. Tal vez (maldita inseguridad, jaja) el cambio radique en la visión que hagas de la realidad, más que en dejar de hacer siempre lo mismo. Considero que es (casi) imposible estar en movimiento constante, es decir, dejar de hacer las mismas cosas para cambiar, puesto que cambiar ahora no impide que llegado el momento vuelvas a sentirte estancado, con la necesidad de volver a dejar de hacer las mismas cosas, sintiendo de nuevo esa desazón. En mi blog escribí algo parecido hace tiempo (“Sólo viento”), aunque bueno, aquello iba por otros derroteros.

Y sí, es cierto, la vida discurre siempre en ciclos y quizás debamos aceptarlo sin más, pero siempre he creído que es mejor aprender a ver las cosas, las situaciones, las personas... desde diferentes ángulos, de manera que aunque tú estés quieto, nada sea nunca del todo igual. Ese aprendizaje es constante, no requiere tanta voluntad y los altibajos no son tan pronunciados porque en cada momento puedes ir cambiándolo. Nadie dice que sea sencillo pero para nada es imposible, es sólo como un músculo que hay que ejercitar y acabas haciéndolo casi por inercia. Ese “volver a empezar”, creo, es sólo un engaño. La voluntad es inconstante por naturaleza. Me vuelvo a citar a mí misma, jeje, “la madurez es una convención que se adhiere por momentos y se despega fácilmente” (“Diario del tiempo II”).

En fin, el tema da para mucho y es tarde. El ordenador no me va bien y me las estoy viendo negras para acabar de escribir esto. Y el amor sigue siendo tan intrigante o más, para mí, que antes de empezar con esta discusión. :)

Lo de consp... es una paranoia mía, no me hagas mucho caso. Siempre me dan mal rollo las palabras de verificación cuando dejas un comentario en blogger, son tan contundentes y siempre son cosas “malas”, jajaja. Yo por eso desactive la opción en mi blog. :)

Baby Cat Face dijo...

Por cierto, no sé por qué sale que te sigo dos veces, jajaja, supongo que la primera vez fue porque no estaba registrada. Supongo que lo podrás cambiar.

Esta vez la palabra es kinsp! :)

doorinthefloor dijo...

la necesidad de tener uan barra del bar cerca....

Un saludo!