viernes, 6 de febrero de 2009

Having a blast

"Do you ever think back
to another time?
Does it bring you so down that you
thought you lost your mind?
Do you ever wanna lead a
long trail of destruction
and mow down
any bullshit that confronts you?
Do you ever build up
all the small things in your head
to make one problem that adds up to
nothing?
To me it's nothing, to me it's nothing..."

Green Day, Having a blast.

Es curioso que, con temas como éste, Dookie se convirtiera en súper ventas, la consagración de Green Day y su llave de la puerta grande hacia el circuito comercial. Eso hace evidente que quienes más discos han comprado desde que la industria discográfica es la industria discográfica han sido los adolescentes; y que algo que caracteriza el espíritu de la adolescencia en nuestro tiempo y en occidente es ese descontento, la misma rabia con la que Green Day tocaban los temas de un disco titulado directamente "Mierda".

¿Alguna vez quieres liderar una larga cadena de destrucción y apartar de tu camino a cualquier capullo que se interponga? -vaya, creo que la traducción de la segunda frase viene a ser más o menos esta-.

Pues claro que sí. Todos los días. Vivimos en un mundo de mierda. La gente da asco. Estoy absolutamente hasta la polla de todo, ya nada me importa. El nihilismo es la única opción filosófica coherente con nuestra realidad. Cualquier cosa que no sea encerrarte en una habitación y fumar porros día y noche mirando la tele es un engaño, hacer un vano esfuerzo por formar parte de un mundo que no parece contar contigo, que funcionará sin ti perfectamente. Es mejor quedarse aquí, imaginando el día en que todo vuele en pedazos y se acabe derrumbando por su propio peso.

¡Jajajajaja, esto sí que es actitud punk! ¡A tomar todo por culo!

La verdad es que Dookie es un gran disco. Y una gran suerte que estos chavales canalizaran su rabia hacia la música. Y recordad:

When masturbation's lost its fun you're fuckin' breakin'

lunes, 24 de noviembre de 2008

1001 palabras

Al entrar en el local lo dejas todo atrás. Da igual qué haya pasado durante la semana, el estrés del trabajo, las horas que pasaban por tu lado sin que te dieras cuenta hasta que se te ocurrió mirar el reloj de nuevo, las noches de insomnio, los días que se siguen. La discoteca –la misma discoteca- es un paréntesis, un mundo aparte. Como el rincón onírico tras la cortina roja en Twin Peaks.
Todo está planeado, no hay que pensar demasiado. Apoyas los codos en la barra. Los separas un momento: alguien ha derramado algún tipo de licor adulterado. Tus brazos están bañados en algo viscoso, pero no importa. Tu atención en ese momento se concentra en una de las pocas decisiones que vas a tomar en lo que queda de noche: ¿cerveza o cubata? Al final todo es lo mismo. Cómo lo odio. Y cuánto lo necesito. Dadme otra dosis de olvido, que quiero repetir.
El globo va subiendo en la medida en que vas soltando lastre. Primero cae… ¿qué cae primero? ¿La dignidad? ¿La vergüenza? ¿El criterio? Si todo va bien, al cabo de unas pocas copas de habrás convertido en aquello que necesitabas ser –sí, al menos esta noche-, en un ser amoral, un cazador despiadado y despreocupado por las consecuencias de tus acciones. Un ideal que rara vez se cumple.
Normalmente te quedas a medio camino. La náusea, la depresión o la inconsciencia están un paso antes. Esa chica es preciosa en este momento, pero aún temes las consecuencias y no te atreves a hablar con ella. De todas formas sólo conseguirías aumentar su ego lo suficiente para que se atreva a intentarlo con alguien, para ella, mejor que tú. Con un poco de mala suerte abusará de su poder haciéndote sentir como un borracho gilipollas. No sería la primera vez y, después de todo - ¿para qué engañarte?- al menos ahora es exactamente lo que eres. No te esfuerces por ocultarlo: busca a quien no le importe.
Te comerías un entrecot. Pero un frankfurt también sirve. Tu cuerpo se proyecta hacia adelante empujado por una fuerza misteriosa. Recorres los rincones del mercado de la carne esperando encontrar algo. Da igual lo que busques, encontrarás cualquier otra cosa. Con un poco de suerte, un billete en el suelo o un paquete de tabaco olvidado, frágil consuelo de una noche infructuosa.
Hubo otras noches. Hubo pequeños momentos de gloria, la bendición de unos labios que no buscabas y besaste por primera y última vez. Incluso, alguna vez –seguro que sí-, fuiste feliz por un momento una de esas noches, en medio del viejo conocido torbellino de música, gente, penumbra y humo. Pero no esta noche, amigo mío, y lo sabes. Lo sabes mucho antes de acabar apoyado en un rincón, solo. Despierto, demasiado despierto. Suena una canción. Por primera vez desde que entraste, la sonrisa sale de dentro, porque la música hace olvidar el olvido mismo. Sin música, el mundo sería un lugar demasiado extraño, demasiado inhóspito para ti. Pero la canción se acaba, y las luces se encienden.
Caras pálidas, cadáveres danzantes, expresiones dantescas. La penumbra había conservado en tu ilusión un encanto que la luz hace insostenible, y ahora estás aún más despierto. Sonríes, desde dentro de nuevo, pero con una cierta e implacable tristeza y abierta compasión. Al menos tú eres consciente del absurdo del baile de máscaras. Necesitas creer que ser consciente te hace mejor que aquellos a quienes su supuesta inconsciencia protege de esa tristeza con la que te diriges, una noche de fiebre más, hacia el exterior.
Sin embargo… ¡cuánto cuesta aprender! Y aún queda el último saco de lastre, un último cartucho de esperanza.
Vagas en el exterior en busca de alguna cara conocida, o alguna por conocer. En la parada de bocadillos, al final, pagas los cuatro eurazos que te has encontrado por el suelo para comerte, finalmente, ese frankfurt. Saboréalo, es lo único que te vas a comer esta noche. Otra noche… ya veremos.
Con los pies en el suelo, con tus sacos cargados de dignidad, vuelves a casa al volante de tu coche. Cantas. Intentas consolarte. Pero la noche toca a su fin, los primeros rayos del alba chocan contra tus ojos, acostumbrados a la oscuridad. Y vuelves hacia tu cama vacía, hacia tu vida vacía, tan solo como cuando llegaste. Gritas. Nadie puede oírte, por eso gritas.
La noche, trampa para ilusos, reclamo para desesperados. No siempre fue así, lo sabes, y debe ser por eso que vuelves, una y otra vez, arrastrado por la esperanza de encontrar allí algo que de hecho nunca encontraste. Pero el deseo de encontrarlo es tan fuerte que parece real como un recuerdo, puedes sentirlo, tocarlo. Soñarlo en tu cama vacía, en tu vida vacía de resaca sin fin, acariciado por la nostalgia de un momento que en realidad nunca sucedió.
Y has pasado ya tantos años embriagado por la fiebre de la esperanza… Dicen que es lo último que se pierde. Siempre pensaste que, si eso es cierto, lo necesario es abandonarla. Así ya no tendrás nada que perder. Despojado del último lastre andarás ligero, libre –libre, al fin-.
Pero es difícil, si no imposible. El deseo ruge en el interior. Basta una sonrisa, una palabra amable, para despertarlo y encender la ilusión de nuevo. Bastante menos que un desencuentro, sólo la sospecha de no ser lo suficientemente bueno o digno de merecer la bendición de la suerte por una vez, para apagarla. Y la desilusión te vuelve a hacer sentir el peso del amor que yace muerto entre tus brazos.
El amor… al final todo se reduce a eso. Todo lo demás carece de importancia en comparación. Eres demasiado consciente de ello. De eso, y de que las noches de fin de semana sólo pueden ayudarte a olvidarlo… y la mayoría de veces, ni eso.
Duerme y sueña, amigo mío, que mañana será otro día. Duerme tranquilo en tu cama vacía, que seguirá vacía al despertar.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Hoy no salgo

Era una noche de noviembre.

De hecho lo está siendo en este momento en el que escribo. Pero será pasado al leerlo, por un lado; por otro, como lo voy a contar como si fuera una historia de la que no formo parte del todo, resulta adecuado. Sigo.

No una noche cualquiera: un sábado por la noche, y aquí empieza lo asombroso de esta historia. Porque Rubén se encontraba en casa, frente a la pantalla de su portátil, escribiendo.

Hablar de uno mismo en tercera persona tiene un punto de demencial. No se trata de un recurso retórico al azar, de hecho me he sentido bastante excéntrico últimamente. Aunque no oigo voces ni veo cosas que no están, eso me tranquiliza.

Durante no sabía cuánto tiempo, un tiempo que debería contarse en años, había salido cada sábado a emborracharse y buscar sexo ocasional como todo hijo de buen vecino; con más o menos éxito en lo segundo, pero una certeza aplastante en lo primero. Lo suficiente como para que, al menos en ese punto, fuera un poco prematuro pensar en un cambio. Ese pensamiento le condujo irremisiblemente a la nevera en busca del mejor remedio para la resaca que aún arrastraba de la noche anterior.

Voy a por esa lata de cerveza tamaño campeón. Ya está.

Burgen Pils. Cerveza alemana de calidad... aceptable. Rubén la miró con una sonrisa antes de dar el primer trago. Eso lo haría pensar con claridad. O, al menos, eliminar cualquier tipo de reticencia ante lo que se disponía a escribir. Aunque lo cierto es que no lo tenía demasiado claro. Eso no debía ser un problema: la sensación predominante era no tener nada demasiado claro.

Glup, glup. Un pitillo para aderezar.

Treinta años, los treinta y uno cada vez más cerca. Por supuesto que acostumbraba a tranquilizarse, diciéndose a sí mismo que sólo es un número. Una obviedad que no consigue borrar ni el camino recorrido ni la certeza que cada vez queda menos por recorrer. La urgencia no es una buena consejera, siempre es mejor ser paciente; pero había llegado el momento de empezar a hacer aquellas cosas que, de no hacerse entonces, tal vez nunca se llegarían a hacer.

Cerveza fresquita, joder, ¡qué buena está!

Un cambio, de eso se trataba. De hecho el cambio se había estado produciendo. Al mirar en su pasado se veía como un gusano. Pero los últimos acontecimientos le habían hecho encerrarse en un capullo -y ser, también, un capullo-. Tal vez era el momento de abandonar ese capullo para convertirse en otra cosa, lo que fuera. Cualquier cosa sería mejor.

Eso ha tenido gracia. Glup, glup. "Tal vez", maldita inseguridad. Así no se llega a ningún lado. Mierda, he perdido la conexión...

Las cosas se hacen haciéndolas, sencillamente. El misterio de la voluntad radica en ese aforismo que parece no decir gran cosa. Durante años se lo había estado repitiendo. Sin embargo, los cambios en su vida le parecían mínimos. Seguía haciendo las mismas cosas, trabajando en el mismo lugar, viviendo el mismo presente sin fin una y otra vez. Todo lo que escribía últimamente no hacía más que hacer hincapié en esa misma idea que le atormentaba. Hurgar en el pasado no hacía más que reforzar esa misma sensación, puesto que le hacía darse cuenta que siempre había sido igual desde la adolescencia. Sólo la infancia albergaba el misterio del paraíso perdido, cuando el tormento del amor aún era un desconocido. Desde entonces todo parecía haber ido rematadamente mal, hasta conducirle hasta aquella pantalla en blanco ante la que se sentía, por suerte, cada vez menos impotente.

Sin embargo, todo seguía resultando confuso. Todo, excepto esa necesidad de cambiar. La palabra "madurar" le parecía demasiado contaminada de connotaciones deterministas: implicaba cambiar en un sentido concreto, de una forma preestablecida. Y él quería madurar, sí; pero en el sentido que le diera la gana.

Glup, glup, glup.

"¿Qué quiero ser de mayor?". Escritor. Hacía poco que había recordado que eso es lo que había querido ser, cuando el fantasma de la pragmática laboral aún era el extraño que luego le hiciera "querer" ser psicólogo. De hecho era la forma de aunar las posibilidades profesionales con la típica inquietud adolescente respecto a uno mismo. Buscaba respuestas, autoconocimiento. Y sólo obtuvo más preguntas y una creciente confusión que con el tiempo le hizo caminar a ciegas al borde del abismo de la locura. Cierto que las drogas tuvieron mucho que ver, aunque le había hecho falta bastante tiempo para reconocerlo. Si habría sido el mismo sin aquél primer viaje de LSD, nunca lo sabría. Lo más seguro es que no... pero eso habría sido otra historia.

Cada uno de nosotros es el resultado de un proceso histórico único. El fruto de todo lo vivido anteriormente. Eso no sólo no puede cambiarse, sino que debería ser asumido con orgullo. "Éste es quien soy, el producto de un frágil equilibrio cósmico", se decía. Y no seré yo quien se lo niegue. Pero esa noche de sábado, como las noches anteriores de insomnio, no era el pasado lo que le preocupaba, sino el futuro. Mantener ese orgullo le iba a resultar difícil si no se hacía, desde ese mismo momento, responsable de todo aquello ante lo que, sin duda, debería dar cuentas a sí mismo en el futuro. "Si no lo hago bien ahora, mi yo del futuro no me lo perdonará", se dijo.

Glup.

Una vez, un amigo le había dicho algo que todavía recordaba como unas de las palabras más sabias que había oído: "si haces las mismas cosas, no cambias". De eso se trataba, de hacer otras cosas. Era tan evidente... pero ¿qué cosas? Y ¿de dónde debería provenir esa fuerza misteriosa que le permitiera salir y seguir adelante más allá de todo aquello que se veía empujado a hacer por la inercia una y otra vez? Cada una de ellas debía, además, ser contemplada y analizada por separado.

Vaya, el último cigarrillo...

La pantalla blanca empezaba a cansarle, también la posición de la espalda. El vidrio de la puerta del balcón le devolvía su propia imagen, borrosa. Como había hecho otras veces, decidió salir al balcón a fumarse el último cigarrillo, como si el frío y la tranquilidad de la noche pudieran ayudarle a verlo todo con más claridad.

Vamos allá...

Espera... glup, glup. ¡Ja, ja, ja!

La noche en el exterior era tranquila y fría, muy, muy fría. Antes que las estrellas pudieran darle la clave de por qué ese tenía que ser su último cigarrillo, el instinto de conservación le empujó hacia adentro, cerrando la puerta tras de sí cuando el campanario tocaba las cuatro.

Y resfriado, si es que...

Pero sí que le había ayudado a verlo todo algo más claro, al menos una cosa.

La cerveza da ganas de mear. Urgentemente.

No, no era eso. Lo evidente es que no conseguiría nada si seguía allí encerrado, delante de la pantalla dándole vueltas y más vueltas a lo mismo. Algo que de hecho ya tenía claro desde el principio. Eso sólo le serviría para inaugurar la cuenta de blogspot que se había hecho por la tarde. No tenía nada claro, y la cerveza no había hecho más que enturbiarle el pensamiento y darle sueño.

Así que se fue a dormir, y a la mañana siguiente...

¿... todo empezó?